Sao Paolo es una urbe de incontables edificios en donde se aglutinan los paulistas cuando no están en el tráfico. Mi primera impresión de la capital económica del Brasil fue el tráfico que es monstruo presente en todas las urbes del planeta. Debo reconocer que el tráfico en Sao Paolo es superior al de la Ciudad de México lo que no es cualquier cosa ya que pocas ciudades en el mundo superan a México en tráfico. Pero más allá del tráfico Sao Paolo me gustó, se respira un ambiente vibrante en sus calles, aunque debería decir en sus edificios en donde transcurre la vida de sus habitantes. A diferencia de Río en Sao Paolo no vi tantas fabelas, supongo que las habrá en gran cantidad aunque no son tan evidentes. Además de una experiencia automotriz Sao Paolo ofrece una gran experiencia culinaria. La mía comenzó con una cena en Fogo de Chão, un restaurante en donde se sirven las tradicionales espadas que son una especie de alambres con distintas carnes. La cena debe comenzar con una capiriña y después los meseros comienzan a dar vueltas alrededor de la mesa como en una especie de duelo de esgrima, espada en mano compiten por servir pedazos de carne, apenas uno acaba de decir que sí quiere lomo, cuando ya llegó otra espada ofreciendo alguna otra suculenta carne. En la mesa hay un portavasos de color verde de un lado y rojo del otro, este es un componente fundamental de una comida tradicional brasileña ya que sirve como semáforo gastronómico, si uno mantiene el verde los meseros no dejarán de servir nuevas carnes aunque uno ya se haya comido el equivalente a una vaca. Por ello es importante poner el rojo ante los primeros signos de indigestión y no hacer como yo que lo use de portavasos hasta que ya había comido varios kilos de carne. Otra experiencia gastronómica es el mercado municipal que se encuentra en el centro de la ciudad y que es una especie de mercado parecido a la Merced pero con restaurantes en donde se come deliciosa comida tradicional brasileña menos glamorosa que las espadas pero igual de rica.
En los bares la dinámica es similar a la de las espadas, los meseros circulan permanentemente con vasos de cerveza y ante la menor provocación o descuido sirven otro y otro y otro. Dado que Sao Poalo es la segunda ciudad con más japoneses en el mundo los restaurantes de sushi al parecer son de los mejores, digo al parecer porque con los peces sigo una regla de oro, tu no me comes yo no te como.
Más allá de la comida y las cervezas no se puede ir a Brasil sin tener contacto con su religión. Al templo al que yo acudí se llama estadio Pacaembú y está dedicado al dios balón, a su profeta Pelé y a los ángeles como Garrincha, Zico, Ronaldo entre muchos otros. Yo no soy muy afecto al fútbol pero el museo y la pasión que los brasileños pusieron en él casi me convierte. Aunque al museo le falta sustancia le sobra pasión y buen gusto, una de las salas que más me impactó fue la del aficionado, se trata de un recinto oscuro ubicado en los cimientos del estadio Pacaembú en donde simple y llanamente se transmite la devoción al balón. La otra gran sala del museo es un cuarto oscuro que refleja el sentir de los brasileños en 1950, se trata una sala dedicada a la final del mundial de ese año, el escenario el Maracaná, los equipos Brasil- Uruguay, en el video que se proyecta en blanco y negro se puede ver el éxtasis de los brasileños. El partido comenzó con gol de Brasil, el silenció comenzó con el empate de Uruguay y la catástrofe con el segundo gol de Ururguay que le dio el triunfo al pequeño país, una página negra en la religión de Brasil.
Sao Paolo es una ciudad en la que me gustaría vivir un tiempo aunque fuera para habitar en su tráfico.